30 de diciembre de 2008

No hay nadie ahí afuera

Siento aquella desesperación atravesada en el alma.

Me corren las lágrimas por la cara como si no fueran a acabarse nunca. Lentamente y en silencio. Intento sonreír cuando por fin se secan, y nuevamente, al cerrar los ojos, caen sin prisa, sin destino final. He permanecido callada por horas, leyendo, llorando, escribiendo. Pensando. En las lágrimas que no apaciguan la mente, el alma, el cuerpo. Porque no son violentas, porque no salen de adentro, porque surcan mi rostro sin llegar jamás a mis sueños.

¿Quién soy yo, vestida de negro, de blanco, del color de las flores? ¿Quién eres tú, gritando, difuso, a lo lejos?

Me parece que he escrito la vida entera, en dos líneas, en una palabra. Este es mi escape y lo he olvidado. Lo he puesto a un lado. He buscado otra solución, y me temo que la he encontrado. La fascinación me llama, el dolor me mueve. Si al final no duele el dolor, si las marcas no permanecen en mí... ¿es verdadero?

Las lágrimas se han ido, queda una sonrisa y un suspiro. Queda una garganta seca y unos ojos sinceros. Un corazón latiendo a toda prisa y unas manos temblorosas, en un cuerpo que no sé si llamar mío.

Casi amanece... me gustaría imitar a Aurora, aquella del libro que me gusta tanto: galopar libremente en la selva, bajo una lluvia torrencial, y gritar a todo pulmón, desahogar todo esto que llevo dentro.

Me siento perdida, extraviada, entre lo que fui y lo que quiero ser, tratando de descubrir en el camino a la persona que habita en mí.

Me pregunto si es posible poder, saber y querer, desnudar el alma antes de desnudar el cuerpo.

Tal vez sólo necesito dormir.

(Y las lágrimas han regresado...)

29 de diciembre de 2008

Neruda

Porque Neruda nunca está de más...

Fragmento del Poema VI: Te recuerdo como eras.

Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.

Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma.
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

Pablo Neruda.


...de aquél cuaderno verde:

Y te extraño en todas tus formas,
en todas tus facetas,
con todos tus nombres.

AnaJ.

10 de diciembre de 2008

Sin título

No es cuestión de correr,
es cuestión de aprender:
a volar... a mirar más allá,
a soñar con llegar.

Después del último lugar
donde los pasos te puedan llevar,
ahí te voy a esperar
hasta que llegue la eternidad.

3 de diciembre de 2008

Noches

Ansiosamente esperaba esas noches, noches creadas para el hombre, noches gozadas y sufridas por el hombre, noches creadas por un dios, ese mismo dios que creyó en el hombre y creyó en el amor. Noches tan pocas pero tan especiales, que arriesgaría todo por ellas, pues poseían ese algo especial, esa esperanza que tanta falta hacía.


Recostado en el suelo, su cama, la observaba asomarse poco a poco, sin prisa, sin inhibiciones, natural y cautivadora, frágil y poderosa, con un brillo especial, diferente cada noche. Y ahí permanecía, quieta, como si flotara, como si esperara que él la llamara. Y él la observaba, embelesado ante tanta belleza, como si fuera la primera vez que la viera en su corta y larga vida.


Y recordaba… ¡cómo recordaba!


Noches llenas de alegría, oyendo canciones de cuna de labios de su madre, de su santa madre, mucho tiempo antes de vivir aquél infierno, de seguir viviendo en él. Cuando su vida aún le pertenecía y hacía de ella tantas cosas, y tan grandes. Fue abogado, ingeniero, médico, mago, malabarista y panadero. Viajó a Marte y al centro de la tierra, y ese mismo día conquistó los imperios más poderosos de la tierra, cuyas lenguas hoy ya no existen.


Noches en vela, sin poder dormir, ni poder rezar, pues su dios parecía haber huído hacia mundos mejores, más justos, más humanos… la preocupación y el terror lo eran todo esas noches. Su padre y sus hermanos perdían la fe, la vida y la guerra a cientos de kilómetros de distancia. Y él se perdía en su juventud, en sus miedos, sin ilusiones a las cuáles aferrarse, sin un poco de esperanza.


Noches de dolor, en las que veía un nuevo sol sentado en el mismo lugar donde había visto morir al sol del día anterior, pensando, escribiendo sin escribir, versos de amor y de pasión no correspondidos, frases del más puro dolor, palabras de incertidumbre. Las noches eran un ir y venir de emociones encontradas, ya familiarizadas, que no podían ser expresadas ahí afuera, a plena luz del día.


Noches perdidas en brazos de alguna mujer, noches llenas de una falsa alegría, de una falsa satisfacción, con alguna amante en turno, compañera de un mismo recuerdo, de un mismo pasado, de un mismo dolor.


Y en un instante la noche vencía, y ella, con un mismo brillo, se marchaba. Aún sin prisa, sin arrepentimientos ni reproches, tan pura como había llegado. Se iba como prometiendo volver, y volvería. Y la cuenta regresiva empezaba de nuevo… contaba y esperaba, moría y renacía.


Y sin faltar a un acuerdo escrito antes del tiempo, ella estaría ahí, aparecería precedida, como siempre, de un brillo especial y subiría lentamente desplazando a su pedazo de noche.


…y siempre había una esperanza, siempre habían recuerdos, siempre había una vida, siempre… en esas noches de luna llena.