26 de noviembre de 2009

Palabra

Busco una palabra en el diccionario polvoso de mi subconciencia. Es una palabra mágica, que iluminó los días más oscuros de mi infancia. Repaso volúmenes enteros de recuerdos, los que se encuentran a la mano, recuerdos felices, recuerdos dolorosos, pero que están siempre presentes. En mis historias y en la historia de la familia. Esas anécdotas que se cuentan en las reuniones, y cuando algún amigo quiere descubrir alguno de los más vergonzosos secretos de cuando aún no era quien soy ahora.

Pero la palabra que busco no está en ediciones ligeras, recuerdos para salir del paso. Tengo que adentrarme un poco más, romper las cadenas que la mente temerosa ha puesto por voluntad propia. Ediciones pesadas, en pasta dura, imposibles de mover. Bajo las cuales seguro existen recuerdos que prefieren no ver jamás la luz del día. Ni de la noche.

Tal vez estoy en la sección equivocada. No es sólo un recuerdo. Tal vez sea un invento. De esos inventos que inventan los niños solitarios, que se encuentran aburridos de leer siempre las mismas palabras en los mismos libros de texto escolares. Que han sido reprendidos por asaltar libreros ajenos con lecturas que exaltan imaginaciones no controlables. Ni a esa edad ni nunca. Libros que desaparecieron misteriosamente, dejando espacios que se cubrieron de polvo con el paso de los años.

No sé. O quizá fue una palabra inventada por una madre preocupada por las pesadillas recurrentes que entraban por la ventana para espantar los dulces sueños que deben soñar las niñas que se portan bien. Horas y horas robadas al sueño para adormecer a una pequeña que no quería volver jamás al país de los sueños porque era siempre donde los peores temores se cumplían. Y se repetían. Algo tuvo que inventar para hacerme dormir de nuevo. Algo tuve que creer para convencerme que nadie quería robarme la vida mientras dormía. Ni mis juguetes.

O fue una palabra en un idioma extraño, que la primera amiga que tuve en el mundo me dijo para que nunca la olvidara. Y aún no la olvido. Once vidas he vivido desde entonces, y aún nos veo luz y sombra, mano con mano recorriendo los pasillos de la escuela aquél último día de despedida, de ese país extraño que nos quería pero no nos quería dentro de sus fronteras. O frontera, porque en realidad sólo tiene una, hacia el sur maldito que le da de comer, que le limpia sus casas, que educa a sus hijos. Que ahora hablan también mi idioma.

Palabra. Magia. Palabra mágica.

¿Qué fue de tí? ¿Dónde te escondes?

A B C D ...

W X Y Z

Mi diccionario no me da ninguna respuesta. Ni mi conciencia.

Y la subconciencia me ha pedido que la deje tranquila.

Así que tendré que pedirte que te inventes una nueva palabra, para tí, para mí, para el recuerdo... y me la dejes envuelta bajo la almohada cuando sea la hora en que debas marcharte.

9 de noviembre de 2009

Ausencia

Y no sé que hacer.

Te observo y la tarde cae. Hojas que escapan del árbol que las ha cuidado todo el verano.

¿Te hablo? ¿callo? ¿me escondo? ¿grito?

Una fotografía me dice que aún no te has ido, que tu cuerpo sigue conmigo. Pero el eco de esta habitación no miente, tu presencia es ausencia, silencio que rebota en estas cuatro paredes y taladra cada uno de mis sentidos. Y juego a cerrar los ojos, a darte la espalda. A dejar de respirar.

Uno, dos, tres, diez, veinte...

¡Aire!

Si es que suspiras, me robas el alma.

Me miras sin mirarme. Ya es de noche. Te desvaneces en la oscuridad y el viento que sopla ahí afuera, en la ciudad que impaciente espera que abras la puerta y te marches.

Miro la fotografía. No estás más ahí.

Han pasado los años. Tu ausencia es presencia en mis recuerdos. Y no sé que hacer.

Sólo puedo extrañarte.

Y dejarte una rosa donde descansan tus cenizas.

Cuando vuelva a casa... algún día.

16 de octubre de 2009

Otoño

Cada vez amanece más tarde. Y es más fría la mañana.

Luna llena que sigue mis pasos por una calle vacía de una ciudad dormida. El eco choca con puertas y ventanas cerradas, y luces inciertas alumbran mis sentidos. Mi respiración se eleva en forma de vapor hasta perderse entre las ramas bajas de los árboles. Las hojas parecen más amarillas, más rojas.

Otoño. Un par de semanas. Tal vez dos.

Y ha llegado el invierno.

De pronto, sin aviso. Se ha instalado en las calles, en los parques, en los corazones.

Pero al final llego a casa.

Aquí aún hay vida, somos ajenas a la ciudad que se retrae, que se esconde bajo las hojas de los árboles, olvidadas por el otoño. El frío se cuela por las ventanas, invade sin permiso las habitaciones. Pero no nos define, no nos inquieta.

Esta ciudad es nuestra, otoño, invierno, frío, lluvia.

Al final volverá la primavera.

18 de septiembre de 2009

Sed

Camino sola por la orilla de un mar oscuro. Las olas danzantes llegan hasta mis pies, en un pobre intento de hacerme compañía. Escucho mi nombre susurrado por el viento, ahí muy lejos, a través del mar.

¿Alguna vez le has contado tus secretos al viento? ¿Le contaste sobre mí, le dijiste mi nombre?

Mis pensamientos están ahora llenos de recuerdos sobre tí, creo que te has puesto de acuerdo con el viento para que me hable al oído sobre tí. Y con el mar, pues alguna vez tú me lo dijiste. Que desnudaste tu alma, que desnudaste tu cuerpo.

Y es ahora el mar quien me acaricia lentamente, quien me invita a conocer sus profundidades. Para poder sentirme como tú me sientes. Para imaginar que estoy contigo.

Pero yo sigo caminando, ignorando al viento susurrante, al mar incitante.

Sed.

Lluvia.

El viento me conoce. Caen gotas de nubes nuevas. Una, dos, veinte, mil. Gotas frías, que buscan saciar mi sed. Y sigo caminando. Con los brazos extendidos y el rostro hacia el firmamento. Esta lluvia es perfecta. Cortina de agua, sin destellos de luz, sin quejas del cielo.

Tantos recuerdos.

De mi soledad escondida tras un árbol, esperando el momento oportuno para volver a mi lado: cuando tus labios se separaran de los míos, cuando el viento dejara por fin de contarme tus secretos, cuando el mar una noche se secara, cuando por fin mi sed de tí se saciara.

Vuelvo ahora sobre mis pasos. Aún es de noche y llueve. Aún me llama el viento, aún existe el mar.

Sed.

Tú.

24 de agosto de 2009

Sueño de un recuerdo

Camino de noche por aquel desierto de arena suave y colinas exageradas que leí alguna vez en un cuento sin final feliz. A mis espaldas, una luna tímida intenta conducirme de vuelta a casa pero mi sombra se traga en silencio mis pasos.

No sé aún si es un sueño, o algún recuerdo suicida.

Busco sin encontrar algún refugio de este miedo no animal. Que ha roto mi valentía de papel, que se diluye en mi humanidad. ¿Quién se atreve a no ser cobarde, dentro de los laberintos oscuros de la mente propia? ¡Confieso mi falta de valentía! Esta noche quisiera correr y llegar a un lugar no dibujado por mi memoria, a un lugar inmaculado como la primera página de un cuaderno en blanco.

No existe otro lugar en este lugar. Arena infinita, reflejo de estrellas. La luna ha aceptado su derrota momentánea y se escabulle tras la única nube que se encuentra en el cielo. ¿Qué hago yo con este silencio? ¿A quién culpo de esta soledad? Y decido correr sólo para poder escuchar la sangre que corre por mis venas, al corazón desbocado suplicando una razón que lo haga detenerse para siempre.

Caigo, como debía pasar según el libreto de mi causalidad. Y mientras caigo me doy cuenta que nunca
debí aceptar ese libreto, debí haber exigido más casualidad, una luna llena, un manantial.

Duermo sin soñar.

¿Qué es lo que sueña un condenado a muerte?

¿y el que lo ha de matar?

Debo despertar, aún no amanece, hay horas que aprovechar.

En este desierto temo encontrar, a un niño pequeño de otro lugar y que un borrego quiera para poder domesticar. Una rosa lo atormenta desde tiempo atrás, y yo ¿qué podría ofrecerle si es que no sé dibujar?

Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Ahora estoy de nuevo en pie ¡sueño en verso! Culpo a la luna ausente, a las estrellas reflejadas en cada grano de arena. Doy vueltas en perfecto equilibrio, no sé por qué he caído antes. Cierro los ojos. Giro, giro, giro. Como si lo hubiese planeado, una melodía brota de mis labios. Una canción de cuna, para un niño pequeño, que nunca llegó. Que nunca llegará. Y aún estoy girando.

Abro los ojos. Amanece.

Lágrimas de vida, el desierto no es más un desierto. Pasto, flores, árboles que crecen mientras observo. Alto, alto, hasta el cielo. Que suben mientras sube el sol. Se han alimentado de recuerdos.

Te veo a lo lejos, silueta contra el sol.

Me llamas. No recuerdo si ese es mi nombre. No soy valiente, no soy cobarde. ¿Quién soy yo sin recuerdos, sin luna, sin desierto? Mi sombra ha llamado al viento. Te acercas mientras me envuelve, mientras me penetra, cada poro, cada suspiro. Un abrazo, del viento, tuyo. Me disuelvo y todo se disuelve conmigo. La luz, el bosque, mi sombra, tú.

Somos polvo de desierto, arena de un sueño, de un recuerdo suicida.

¡Despierta!

Tal vez esté escrito ahora un final feliz.

9 de agosto de 2009

Delirio

Espero que desesperes, como yo he desesperado antes. ¿Quién fue el que cruzó nuestros caminos? ¿Debo prenderle una veladora para que nos mantenga unidos? ¿o es que debo rezar para que nuestros destinos se separen? Llevo años intentando olvidar que me amaste, llevo años intentando amarte de igual manera. Pero mi amor se escapa bajo la rendija de la puerta, en la transparencia de las ventanas.

Algo me ata a tí, a tus sueños, que no sé poner en palabras. Y aunque ahora nos separa la distancia y las palabras no pronunciadas, aún espero amarte. Aún esperas que te ame. En la desesperación que nos invade, al estar cerca, al estar lejos, ¿cómo se vive el amor cuando no es amor? ¿qué se esconde tras la pasión? ¿cuánto dura una ilusión?

Desesperas sin desesperar, ¿cómo haces para amarme en esta soledad? Pero no estoy sola, ni cuando estoy contigo ni cuando estoy sin ti. Siempre hay alguien más, en mi mente, en mi corazón, en cada poro de mi ser. ¿No lo sientes? Cuando me abrazas, cuando me amas... siempre ha habido alguien más entre los dos.

Qué difícil poder decir al viento todo mi delirio. No quiero imaginar que te lo digo a tí, el dolor sería demasiado grande. Tu dolor, mi dolor. O tal vez fue que si te lo dije, gritando como si en ello se me fuera la vida y perdiendo todo en un instante.

Ahora recuerdo aquella noche, por eso es que aquí estoy hoy. Entre cuatro paredes
blancas, con la mente nublada, con recuerdos de mentira. Hablándole a la nada, queriendo que desesperes, como yo he desesperado antes.

2 de agosto de 2009

Colonia (y un balcón)

Amanecí hoy en una nueva ciudad. Fría, lluviosa, imponente, majestuosa.

Y a pesar de estar acompañada, me sentí sola.

Salí al balcón, desnuda bajo la sábana que envolvía mi melancolía. Aún sentía su aroma sobre mi cuerpo y sus labios sobre mi piel. Pero algo faltaba. Aún no me sentía completa.

Y él culpaba a la ciudad, esta nueva ciudad. Por la magia que invadía mis pupilas, por los sonidos que inundaban mi ser.

Me di vuelta para observarlo. Dormido, tranquilo, en paz. Que dicha poder observarlo así, tenerlo junto a mí cuando afuera el frío y la lluvia calaban los huesos, y el ánimo de cualquier mente inquieta.

¿Por qué me sentía entonces así?

Tal vez era mi sangre indígena, diluida a través de la memoria de quienes me engendraron, la que presagiaba el mal agüero. Algo no iba bien, algo no iría bien. Y mientras lo observaba culpando a mis raíces, él se despertó. Me miró un largo rato, traspasándome el alma cada segundo con esos ojos profundos sabor a miel.

No pude pensar más.

La soledad y los presagios salieron derrotados por el balcón que yo ahora dejaba.

Dejé caer la sábana al pie de la cama, olvidando la ciudad fría y lluviosa en sus brazos y en su abrazo. Mientras la magia empezaba desde sus labios.

21 de julio de 2009

Una noche

Un día gris que parece no terminar nunca, pero termina. Y no quiero cerrar los ojos, no quiero dormir.

Hoy no quiero encontrarme sola entre los laberintos de mi inconsciencia. Esta noche, te confieso, no quiero soñar mis sueños.

Quiero sentir tu cuerpo junto al mío. Tu mano recorriendo mi espalda, dejando fuera a mis demonios, mis temores y mi tristeza. Préstame hoy tus sueños para soñar con ellos y perderme en tus recuerdos. Para conocer tus secretos.

Quiero cerrar los ojos y olvidar, lo que fue, lo que no fue. Lo que pudo ser.

Sólo pido una noche oscura que no acabe pronto. Y sentirte a mi lado custodiando mis sentidos. Una sola noche en que no sea necesario cerrar los ojos, para poder soñar tus sueños.

12 de julio de 2009

Canción de la estrella

Camino lentamente, camino paso a paso
en la oscuridad de esta noche, mi alma se cae a pedazos.
Avanzo susurrando estrofas de una vieja canción,
que cantaba antes, soñando, una vida llena de emoción.

Vida que nunca llegó, vida que se me escapó,
y aquí estoy sola para consumar aquél error.
Puedo sentir la arena que se desliza bajo mis pies,
mientras aquella vieja estrofa se me pierde en el ayer.

He llegado ya a la orilla, nada podrá salir mal,
ya sin esta pesadilla he llegado a mi final.
Esta oscura noche es testigo principal,
que una lágrima corre al tratar de recordar.

Y la brisa me trae de vuelta y busco una última respuesta.
Lejos, sobre el horizonte, una estrella brilla con impaciencia.
Ha estado siempre ahí, he sido tan ciega.

Estoy de regreso al camino, recogiendo mi alma a cada paso.
Aquella estrella ha sido mi salvación,
y voy cantando de nuevo aquella vieja canción.

Libertad

Pensé que así era morir,
caos, confusión,
y luego calma...
resignación del alma.

Me ahogaba
y respiraba paz.
La vida se me escapaba
y mi mente corría en libertad.

3 de junio de 2009

Locura

Enloquecí.

Imaginé que tu forma de mirarme era especial, única. Imaginé que tus ojos me contaban una historia. Imaginé que sonreías por mí, para mí. Imaginé también que tus manos intentaron alguna vez encontrar las mías, y que no las soltaban, mientras imaginaba que tu cuerpo se acercaba al mío.

Y de pronto no pude imaginar más... ahí estabas, frente a mí. Sin verme siquiera, soltando mis manos, alejando mi cuerpo. No supe cuestionar la realidad, tu realidad, confrontarla con mi realidad inventada. Entonces supe que te había imaginado... y que te creí verdadero.

Enloquecí, no había otra salida: no eras real.

Y decidí aceptarlo, revertir la mentira que me conté a mi misma, que me creí toda. Entonces él llegó. Testigo de mi locura. Y me dijo que no te imaginé, que no imaginé tu mirada ni tu sonrisa. Que tus manos buscaron las mías hasta encontrarlas y nuestros cuerpos se unieron en un baile que duró en un instante toda una vida. Eras real... eres real. No estoy loca. Eres real y estás ausente... escapando de mí y de ti. Y no sé quién eres.

Era mejor haberte imaginado.

Era mejor saberme loca.

8 de mayo de 2009

Sueño astral

Tuve miedo y me escondí entre sus brazos. Como lo había hecho tantas veces, como lo había hecho siempre. Pero sus brazos eran ahora fríos y ausentes, con heladez de muerte. ¿Hacia dónde vas cuando dejas tu cuerpo?

Me veo luego en un reflejo, pálida la luna, pero oscura como la noche. Y el miedo no se va. El miedo se pasea libre por mis venas e invade cada recuerdo... y tiene el tino de escoger mis recuerdos sobre tí. Y ahora sólo pienso en el miedo, y en el frío. Sin poder huir del mundo en sus brazos.

Fue entonces cuando decidí seguirte, hacia donde van los espíritus cuando abandonan sus cuerpos, hacia donde se dirigen los pensamientos cuando se ha perdido todo. Con la idea, tal vez, de recuperalo ahí donde es el final. Y regresar del más allá. Pero nadie regresa. Nadie vuelve sobre sus pasos. Y yo sólo quiero seguir los tuyos. ¡Espérame que no me tardo! Sigo tus pasos, no avances más sin mí. Ni siquiera me voy a despedir, así como tú tampoco te despediste. Sólo voy a besar sus labios una última vez. Voy a dejar sus brazos para seguir tus pasos.

Y frente a mi reflejo me fui apagando, desprendiendo mis pensamientos y los lazos que me atan a este cuerpo. Vuelo ahora libre lejos del hombre que ha ocupado tu lugar, lejos del espejo que muestra cruel mi reflejo. Y te busco. En lo profundo de la noche, en lo lejano de las estrellas. Pero no te encuentro. Grito a la nada que me rodea, a la ausencia que me invade. A punto ya de perder toda esperanza y abandonarme, de dejarme caer, vislumbro un punto lejano de luz, algo que se mueve. Un cometa, una estela de polvo brillante. Me atrae, me llama.

Voy a su encuentro y me invade una paz única, de las que no hay en el mundo donde te conocí. No pienso más en tí ni en aquél a quien he dejado. ¿Qué hago ahora? ¿Regreso al dolor que nubla mi espíritu? ¿Me libero para siempre de los recuerdos que me atan a este mundo?

Después que el tiempo ha dejado de ser tiempo, tomo una decisión. Es hora ya. Me separo
en los millones de partes que me han formado siempre y me vuelvo polvo brillante, estela de cometa. No seré más.

Tal vez renazca y te busque de nuevo.

Tal vez renazca y regrese a sus brazos.

3 de mayo de 2009

Del camino

Y permanecimos. Por más tiempo que el tiempo mismo, menos que un instante, más que una eternidad.

Honré a mis muertos y divagué entre sus sueños. Estuve sola sin en realidad estarlo, ni mientras trabajaba para ganarme la vida, ni mientras recorría sueños ajenos, antiguos como los árboles mismos bajos los cuales descansaba mi cuerpo, su cuerpo. Días, semanas, meses. Aquél hombre se convirtió en mi amigo, en mi amante, en el complemento de mi todo. Una a una, fui dejando atrás las culpas de los que estuvieron antes de mí; uno a uno, fue desprendiéndose de mi alma el recuerdo de mis muertos. Y los enterré de nuevo para que pudieran descansar al fin en paz.

La gente que se marchaba siguió haciéndolo, abandonando todo lo que habían conocido y lo que habían construido, hasta que no quedó nadie más para marcharse. Las casas quedaron vacías, fueron dejadas atrás tradiciones y costumbres que permanecían arraigadas hasta en las piedras, hasta en el viento. Y la otra gente, gente nueva dejó de llegar. Poco a poco fueron ocupando las casas vacías, invadiendo recuerdos ajenos, apropiándose de vidas y culpas pasadas, inventando historias y leyendas que creían escuchar quedamente dentro de las paredes en los días de lluvia y en los días de niebla. Creando a su antojo nuevas tradiciones y rescatando costumbres arcaicas de baúles enmohecidos en aquéllas casas viejas.

Me gustaría poder decir que, cuando el pueblo fue sustituido en su totalidad, cuando la última familia se fue, y la última casa fue habitada de nuevo, todo cambió y el pueblo, situado al norte del mundo, al sur de la frontera, surgió como lavado por una lluvia eterna... pero no puedo afirmarlo. Porque la última persona en irse fui yo. Cuando los días dejaron de ser extraños, en un amanecer pálido y frío, recogí mis cosas y me despedí por última vez de mis muertos. Librando al fin, con aquella carga de culpa acumulada por el polvo de la tierra. Y emprendí, al fin, mi camino.

Y él aún me acompañaba.

Aquí estamos ahora, en el camino, mi camino. Fui dejando atrás una vida que no había sido mía, la que quedaba enterrada junto a mis muertos. Ellos recorrerían sus propios caminos y sabía que velarían por mí. Y ahora avanzamos, paso a paso, lejos de este lugar, lejos de esta frontera que guarda celosa bajo tierra los restos de mi historia. Pero no sé hacia donde se dirijen mis pasos. No sé qué es en realidad lo que estoy buscando.

No existe en los caminos el destino, me dijo, cada paso, cada decisión te conduce a una nueva oportunidad. Has empezado y pronto has de encontrar el mejor camino para tí y tus nuevos sueños. No desesperes, el camino es largo y aún tenemos tiempo.

Después de días sin encontrar companía, fuimos cruzando nuestro camino con otros viajeros. Algunos conocían a gente de mi pueblo. Se habían establecido por toda la región, y otros habían continuado su camino más lejos. Donde yo nunca había estado. Donde yo algún día estaría. Y la frontera se fue volviendo un recuerdo. Seguimos andando durante días eternos. He llegado a pensar que tal vez mi camino no me lleve a mi destino sino que él mismo lo sea, que mi destino es andar a su lado hasta que el mundo deje de ser mundo y las estrellas se apaguen una tras otra. Y sin darme cuenta me encontré dispuesta a caminar hasta el fin del mundo. Pero él no.

Aún caminamos un tiempo más. Aún lo llamaba entre sueños. Vagamos juntos bajo muchas lunas nuevas. Pero llegó el momento, una mañana él decidió quedarse. Supimos que era el momento de despedirnos. Supe que no volvería a verle.

Te he mentido, me dijo, cuando la despedida era ya un recuerdo. En los caminos existe el destino. Mi destino era encontrarte. Y dejarte ir. Tu destino te aguarda paciente donde se acaba el camino, tu camino. Tal vez te encuentre el alguna otra vida, tal vez me encuentres en tus sueños.

La luna llena ilumina mis pasos. He seguido diferentes caminos durante mucho tiempo. He olvidado su nombre hace muchos ayeres. No he vuelto a vagar entre sueños. Creo que va siendo tiempo de dejar de andar. El tiempo se acaba, escucho que el viento me lo susurra al atardecer. No me preocupa más el destino. Estoy hoy lejos de la frontera que definió mi suerte. Sé que al fin soy libre, sé que unos ojos tristes me buscan.

Aquí se termina el camino, mi camino.

1 de mayo de 2009

Movimiento

Sigo el movimiento
del viento sobre la ropa,
colgada hace tanto tiempo,
olvidada hace tantos ayeres.

Sigo el movimiento
del sol cuando pasa el día;
la luz no me ilumina
me traspasa, limpia, pura.

Sigo el movimiento
de la noche sobre mi aliento
del oriente hacia el más allá,
de lo difuso a lo irreal.

Y miro, allá a lo lejos,
después del movimiento
un árbol, el de mis sueños.

Y no existe el movimiento,
no existen más los recuerdos,
ni la luz ni la ropa al viento.

27 de febrero de 2009

De la tierra

Han sido días muy extraños, en el norte del mundo, al sur de la frontera. Hay gente que se va y gente nueva que llega. Hay gente que muere sin razón.

He perdido, de una u otra forma a las personas que más me importan, unos mueren y otros se van, todos me han abandonado. No me ha quedado más remedio que sobrevivir como pueda, trabajar arduamente para poder comer. No me puedo ir, ¿quién visitará y honarará a mis muertos si no estoy yo? ¿en quién recaerá la culpa acumulada por tantas generaciones? No, no me puedo ir.

Ayer se fue el último de los que he amado. Llegó un viajero de paso y de alguna forma logró convencerlo que nos llevara a ambos. Pero yo no me puedo ir. Intentó convencerme entonces a mí, por todos los medios, dulcemente y con violencia, pero no. No he podido dirigir ni mis pasos ni mis pensamientos fuera de este lugar. Así que permanecí en mi lugar, mientras le observaba alejarse, mientras le observaba mirarme, con esos ojos tristes tan suyos, tan míos. Y mientras se alejaba un pensamiento cruzó mi mente. No fue que él regresaría, tampoco que debí haberme ido con él. Ni siquiera fue el no saber qué comería ese día. Fue que volvería a encontrarle mucho tiempo después, al otro lado del mundo, lejos de la frontera que ha definido nuestras vidas, y con más vehemencia, nuestras muertes. Y cuando le perdí de vista a la vuelta del camino ya no tuve dudas, nos volveríamos a encontrar, y entonces sí estaría libre para amarle sin reservas.

Esa noche dormí en el cementerio, entre mis antepasados, entre los que no he podido dejar en estos días extraños. Tal vez los podré dejar cuando los días ya no sean extraños, cuando no exista razón alguna para dejar este lugar. Pero mientras, mis sueños vagaron libres entre los recuerdos atrapados bajo tierra, mientras mi cuerpo yacía sobre las tumbas recién ocupadas. Esa noche dormí en paz, dormí segura. Me sentía a gusto y confiada en mi nueva soledad. Eso era, estaba sola. Estoy sola y sueño. Sueño entre los restos de mi historia.

Al amanecer, uno de los hombres que habían llegado en esos días se encontraba sentado frente a mí, observándome. Yo aún vagaba entre mis sueños y no comprendí que me hablaba, hasta que dejó de hacerlo. Y me fijé en sus ojos. No eran tristes, como los del amor que había dejado ir. Tampoco eran alegres. No me han gustado nunca los ojos alegres pues me parece que esconden algo, que saben algo de la vida que yo desconozco. No, aquellos ojos eran profundos. Si acaso te descuidabas corrías el riesgo de perderte en ellos y no regresar jamás. En ese momento, en el que por vez primera me perdía en sus ojos, resultó que me encontré a mí misma observándome de vuelta. Y le pregunté su nombre.

El nombre es lo de menos ahora. Mis sueños vagaron junto a los tuyos y los de tus muertos, y me llamabas. Y vine a decirte que estoy dispuesto a acompañarte, en el camino que has de emprender ahora.

Y mientras lo escuchaba hablar, casi lamenté el hecho que no hubiese camino frente a mis pies. Como si leyera mis pensamientos, me dijo que la mayor parte de las veces en nuestra vida, el camino no se recorre con los pies, pero que en algún momento se vuelve indispensable echar a andar.

Ya te llegará ese momento. Mientras tanto permanecerás aquí... y yo permaneceré contigo.

21 de febrero de 2009

Cartas que nunca escribí

En el arte perdido de las cartas, ¿qué recuerdo haber escrito?

Mucho, muchísimo. De amistad, a aquellas y aquellos amigos importantes, y los que no lo fueron tanto, y de amor, aquellos primeros esbozos de enamoramiento, que usualmente no duraban más de un mes. De alegría y buenas noticias, porque quién no tiene algo bueno que contar en su vida. De dolor y reclamo, a quien me hizo daño, fuera un amigo, antiguo amigo, o a aquel dios en el que aún creía y que se había llevado algo mío.

Y recuerdo también aquellas cartas a mí misma, para recordarme sueños y sucesos, para dejarme evidencias que me ayudaran a no olvidar (la última de ellas tiene fecha de ayer...).

En fin, que las cartas que he escrito han marcado un momento preciso de mi historia y de la historia de los que conmigo han recorrido parte de los caminos evasivos del destino. Y puesto que también lo que he imaginado y lo que he divagado forman parte de mí y de mi historia, las cartas que he escrito y la que voy a escribir (el arte perdido aún vive en mí), no siempre han de tener sentido (y he de agradecer al caos por ser parte vital de mi mundo). Así que a aquellos que piensen poder descubrirme en mis palabras... buena suerte, que yo aún sigo en el intento.

Pero hace no mucho tiempo una frase quedó grabada en mi conciencia: cartas que nunca escribí. Y me puse a pensar que, lo que sucede conmigo y las cartas que nunca escribí, es que la mayoría de ellas sí las escribí...

De ellas, algunas las entregué a su destinatario final, otras las entregué a intermediarios, unas más las reduje a cenizas y otras acabaron como rompecabezas al fondo del bote de la basura. Y he de decir que algunas otras aún se encuentran por los rincones de mi caótico dormitorio como recordatorio de algún lapso de cobardía no admitida.

Pero hubo unas, algunas, que ciertamente, nunca escribí.

¿Y qué recuerdo no haber escrito?

Bueno, por algo nunca las escribí. Y no voy a empezar ahora.

31 de enero de 2009

Confesiones (y otros invitados)

He de confesar que te extrañé.

Confieso también que he caído un poco en el poder de mis propias palabras. Las leo y las vuelvo a leer, a veces leyendo mi reflejo fiel y a veces sin encontrarme plasmada en ellas. Hay frases que no recuerdo haber escrito, hay otras que no me suenan a mí. Pero hay otras que me persiguen y asaltan mis pensamientos, incitándome a escribirlas de nuevo (un árbol, el de mis sueños).

Y a aquél que se llevó un tesoro (de fantasía, pirata estafado) sin llegar a saberlo: te quise y mucho, pero sólo por ese momento y en ese lugar. Tal vez nos encontremos en alguna otra vida... y mientras tanto, un beso de despedida.

Y a quien aguarda paciente donde da vuelta el viento (a la vuelta de mis sueños, esa extraña realidad que llamo vida), un día de estos estaré lista para emprender el camino e ir a tu encuentro... un día!

A mis musos (y a las musas que los acompañan): no desesperen, el año aún empieza y hay más tiempo que vida (pero he de volver).

30 de enero de 2009

27 (Freedom)

I am alone, alone in the dark,
waiting, wanting.

How long will it take
for my life to go away,
for my dreams to escape,
for my soul to fade.

(The words are no longer here... inspiration disappears.
I am still right here, this was only a dream.)

18 de enero de 2009

Anhelo

Salta, salta saltamontes. Cada vez más alto, cada vez más lejos. Te he dejado en libertad, regresa ahora a aquellos pastos verdes que aún habitan en tu memoria. El día se apaga mientras yo me despido. Los últimos rayos del sol me impiden ver hacia dónde vas, hacia dónde se dirigen tus anhelos.

Salta, salta saltamontes. Que aquí yo me quedaré muy quieta, esperando el momento en que decida ser libre de nuevo.