3 de mayo de 2009

Del camino

Y permanecimos. Por más tiempo que el tiempo mismo, menos que un instante, más que una eternidad.

Honré a mis muertos y divagué entre sus sueños. Estuve sola sin en realidad estarlo, ni mientras trabajaba para ganarme la vida, ni mientras recorría sueños ajenos, antiguos como los árboles mismos bajos los cuales descansaba mi cuerpo, su cuerpo. Días, semanas, meses. Aquél hombre se convirtió en mi amigo, en mi amante, en el complemento de mi todo. Una a una, fui dejando atrás las culpas de los que estuvieron antes de mí; uno a uno, fue desprendiéndose de mi alma el recuerdo de mis muertos. Y los enterré de nuevo para que pudieran descansar al fin en paz.

La gente que se marchaba siguió haciéndolo, abandonando todo lo que habían conocido y lo que habían construido, hasta que no quedó nadie más para marcharse. Las casas quedaron vacías, fueron dejadas atrás tradiciones y costumbres que permanecían arraigadas hasta en las piedras, hasta en el viento. Y la otra gente, gente nueva dejó de llegar. Poco a poco fueron ocupando las casas vacías, invadiendo recuerdos ajenos, apropiándose de vidas y culpas pasadas, inventando historias y leyendas que creían escuchar quedamente dentro de las paredes en los días de lluvia y en los días de niebla. Creando a su antojo nuevas tradiciones y rescatando costumbres arcaicas de baúles enmohecidos en aquéllas casas viejas.

Me gustaría poder decir que, cuando el pueblo fue sustituido en su totalidad, cuando la última familia se fue, y la última casa fue habitada de nuevo, todo cambió y el pueblo, situado al norte del mundo, al sur de la frontera, surgió como lavado por una lluvia eterna... pero no puedo afirmarlo. Porque la última persona en irse fui yo. Cuando los días dejaron de ser extraños, en un amanecer pálido y frío, recogí mis cosas y me despedí por última vez de mis muertos. Librando al fin, con aquella carga de culpa acumulada por el polvo de la tierra. Y emprendí, al fin, mi camino.

Y él aún me acompañaba.

Aquí estamos ahora, en el camino, mi camino. Fui dejando atrás una vida que no había sido mía, la que quedaba enterrada junto a mis muertos. Ellos recorrerían sus propios caminos y sabía que velarían por mí. Y ahora avanzamos, paso a paso, lejos de este lugar, lejos de esta frontera que guarda celosa bajo tierra los restos de mi historia. Pero no sé hacia donde se dirijen mis pasos. No sé qué es en realidad lo que estoy buscando.

No existe en los caminos el destino, me dijo, cada paso, cada decisión te conduce a una nueva oportunidad. Has empezado y pronto has de encontrar el mejor camino para tí y tus nuevos sueños. No desesperes, el camino es largo y aún tenemos tiempo.

Después de días sin encontrar companía, fuimos cruzando nuestro camino con otros viajeros. Algunos conocían a gente de mi pueblo. Se habían establecido por toda la región, y otros habían continuado su camino más lejos. Donde yo nunca había estado. Donde yo algún día estaría. Y la frontera se fue volviendo un recuerdo. Seguimos andando durante días eternos. He llegado a pensar que tal vez mi camino no me lleve a mi destino sino que él mismo lo sea, que mi destino es andar a su lado hasta que el mundo deje de ser mundo y las estrellas se apaguen una tras otra. Y sin darme cuenta me encontré dispuesta a caminar hasta el fin del mundo. Pero él no.

Aún caminamos un tiempo más. Aún lo llamaba entre sueños. Vagamos juntos bajo muchas lunas nuevas. Pero llegó el momento, una mañana él decidió quedarse. Supimos que era el momento de despedirnos. Supe que no volvería a verle.

Te he mentido, me dijo, cuando la despedida era ya un recuerdo. En los caminos existe el destino. Mi destino era encontrarte. Y dejarte ir. Tu destino te aguarda paciente donde se acaba el camino, tu camino. Tal vez te encuentre el alguna otra vida, tal vez me encuentres en tus sueños.

La luna llena ilumina mis pasos. He seguido diferentes caminos durante mucho tiempo. He olvidado su nombre hace muchos ayeres. No he vuelto a vagar entre sueños. Creo que va siendo tiempo de dejar de andar. El tiempo se acaba, escucho que el viento me lo susurra al atardecer. No me preocupa más el destino. Estoy hoy lejos de la frontera que definió mi suerte. Sé que al fin soy libre, sé que unos ojos tristes me buscan.

Aquí se termina el camino, mi camino.

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