24 de agosto de 2009

Sueño de un recuerdo

Camino de noche por aquel desierto de arena suave y colinas exageradas que leí alguna vez en un cuento sin final feliz. A mis espaldas, una luna tímida intenta conducirme de vuelta a casa pero mi sombra se traga en silencio mis pasos.

No sé aún si es un sueño, o algún recuerdo suicida.

Busco sin encontrar algún refugio de este miedo no animal. Que ha roto mi valentía de papel, que se diluye en mi humanidad. ¿Quién se atreve a no ser cobarde, dentro de los laberintos oscuros de la mente propia? ¡Confieso mi falta de valentía! Esta noche quisiera correr y llegar a un lugar no dibujado por mi memoria, a un lugar inmaculado como la primera página de un cuaderno en blanco.

No existe otro lugar en este lugar. Arena infinita, reflejo de estrellas. La luna ha aceptado su derrota momentánea y se escabulle tras la única nube que se encuentra en el cielo. ¿Qué hago yo con este silencio? ¿A quién culpo de esta soledad? Y decido correr sólo para poder escuchar la sangre que corre por mis venas, al corazón desbocado suplicando una razón que lo haga detenerse para siempre.

Caigo, como debía pasar según el libreto de mi causalidad. Y mientras caigo me doy cuenta que nunca
debí aceptar ese libreto, debí haber exigido más casualidad, una luna llena, un manantial.

Duermo sin soñar.

¿Qué es lo que sueña un condenado a muerte?

¿y el que lo ha de matar?

Debo despertar, aún no amanece, hay horas que aprovechar.

En este desierto temo encontrar, a un niño pequeño de otro lugar y que un borrego quiera para poder domesticar. Una rosa lo atormenta desde tiempo atrás, y yo ¿qué podría ofrecerle si es que no sé dibujar?

Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Ahora estoy de nuevo en pie ¡sueño en verso! Culpo a la luna ausente, a las estrellas reflejadas en cada grano de arena. Doy vueltas en perfecto equilibrio, no sé por qué he caído antes. Cierro los ojos. Giro, giro, giro. Como si lo hubiese planeado, una melodía brota de mis labios. Una canción de cuna, para un niño pequeño, que nunca llegó. Que nunca llegará. Y aún estoy girando.

Abro los ojos. Amanece.

Lágrimas de vida, el desierto no es más un desierto. Pasto, flores, árboles que crecen mientras observo. Alto, alto, hasta el cielo. Que suben mientras sube el sol. Se han alimentado de recuerdos.

Te veo a lo lejos, silueta contra el sol.

Me llamas. No recuerdo si ese es mi nombre. No soy valiente, no soy cobarde. ¿Quién soy yo sin recuerdos, sin luna, sin desierto? Mi sombra ha llamado al viento. Te acercas mientras me envuelve, mientras me penetra, cada poro, cada suspiro. Un abrazo, del viento, tuyo. Me disuelvo y todo se disuelve conmigo. La luz, el bosque, mi sombra, tú.

Somos polvo de desierto, arena de un sueño, de un recuerdo suicida.

¡Despierta!

Tal vez esté escrito ahora un final feliz.

9 de agosto de 2009

Delirio

Espero que desesperes, como yo he desesperado antes. ¿Quién fue el que cruzó nuestros caminos? ¿Debo prenderle una veladora para que nos mantenga unidos? ¿o es que debo rezar para que nuestros destinos se separen? Llevo años intentando olvidar que me amaste, llevo años intentando amarte de igual manera. Pero mi amor se escapa bajo la rendija de la puerta, en la transparencia de las ventanas.

Algo me ata a tí, a tus sueños, que no sé poner en palabras. Y aunque ahora nos separa la distancia y las palabras no pronunciadas, aún espero amarte. Aún esperas que te ame. En la desesperación que nos invade, al estar cerca, al estar lejos, ¿cómo se vive el amor cuando no es amor? ¿qué se esconde tras la pasión? ¿cuánto dura una ilusión?

Desesperas sin desesperar, ¿cómo haces para amarme en esta soledad? Pero no estoy sola, ni cuando estoy contigo ni cuando estoy sin ti. Siempre hay alguien más, en mi mente, en mi corazón, en cada poro de mi ser. ¿No lo sientes? Cuando me abrazas, cuando me amas... siempre ha habido alguien más entre los dos.

Qué difícil poder decir al viento todo mi delirio. No quiero imaginar que te lo digo a tí, el dolor sería demasiado grande. Tu dolor, mi dolor. O tal vez fue que si te lo dije, gritando como si en ello se me fuera la vida y perdiendo todo en un instante.

Ahora recuerdo aquella noche, por eso es que aquí estoy hoy. Entre cuatro paredes
blancas, con la mente nublada, con recuerdos de mentira. Hablándole a la nada, queriendo que desesperes, como yo he desesperado antes.

2 de agosto de 2009

Colonia (y un balcón)

Amanecí hoy en una nueva ciudad. Fría, lluviosa, imponente, majestuosa.

Y a pesar de estar acompañada, me sentí sola.

Salí al balcón, desnuda bajo la sábana que envolvía mi melancolía. Aún sentía su aroma sobre mi cuerpo y sus labios sobre mi piel. Pero algo faltaba. Aún no me sentía completa.

Y él culpaba a la ciudad, esta nueva ciudad. Por la magia que invadía mis pupilas, por los sonidos que inundaban mi ser.

Me di vuelta para observarlo. Dormido, tranquilo, en paz. Que dicha poder observarlo así, tenerlo junto a mí cuando afuera el frío y la lluvia calaban los huesos, y el ánimo de cualquier mente inquieta.

¿Por qué me sentía entonces así?

Tal vez era mi sangre indígena, diluida a través de la memoria de quienes me engendraron, la que presagiaba el mal agüero. Algo no iba bien, algo no iría bien. Y mientras lo observaba culpando a mis raíces, él se despertó. Me miró un largo rato, traspasándome el alma cada segundo con esos ojos profundos sabor a miel.

No pude pensar más.

La soledad y los presagios salieron derrotados por el balcón que yo ahora dejaba.

Dejé caer la sábana al pie de la cama, olvidando la ciudad fría y lluviosa en sus brazos y en su abrazo. Mientras la magia empezaba desde sus labios.