2 de agosto de 2009

Colonia (y un balcón)

Amanecí hoy en una nueva ciudad. Fría, lluviosa, imponente, majestuosa.

Y a pesar de estar acompañada, me sentí sola.

Salí al balcón, desnuda bajo la sábana que envolvía mi melancolía. Aún sentía su aroma sobre mi cuerpo y sus labios sobre mi piel. Pero algo faltaba. Aún no me sentía completa.

Y él culpaba a la ciudad, esta nueva ciudad. Por la magia que invadía mis pupilas, por los sonidos que inundaban mi ser.

Me di vuelta para observarlo. Dormido, tranquilo, en paz. Que dicha poder observarlo así, tenerlo junto a mí cuando afuera el frío y la lluvia calaban los huesos, y el ánimo de cualquier mente inquieta.

¿Por qué me sentía entonces así?

Tal vez era mi sangre indígena, diluida a través de la memoria de quienes me engendraron, la que presagiaba el mal agüero. Algo no iba bien, algo no iría bien. Y mientras lo observaba culpando a mis raíces, él se despertó. Me miró un largo rato, traspasándome el alma cada segundo con esos ojos profundos sabor a miel.

No pude pensar más.

La soledad y los presagios salieron derrotados por el balcón que yo ahora dejaba.

Dejé caer la sábana al pie de la cama, olvidando la ciudad fría y lluviosa en sus brazos y en su abrazo. Mientras la magia empezaba desde sus labios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El frío se mitiga en un buen abrazo!!!

Y las ganas también...
Kien será ese muchacho???
Kien será????

AnaJ. dijo...

Te haré saber.

;)